Como
una hoja en blanco, así está mi vida ahora.
He
decidido pasar página y escribir de nuevo; La anterior estaba llena de tachones
y ni si quiera yo misma entendía nada.
Que
no, que nunca he sido yo mucho de Tipp-Ex, que el sobrescribir está
sobrevalorado.
Con
los tachones al menos se tiene todo en cuenta, sabes cómo y dónde te has
equivocado. A lo mejor así no te vuelve a ocurrir, piensas. Pero la página se
acaba, la siguiente está en blanco y te da pereza volver atrás. En la nueva
sólo quedan esas rayas efímeras que permanecen después de tachar, esas que no
se entienden pero tampoco se olvidan.
Y
resulta que esta nueva página, aún por escribir, está llena de ellas, tan llena
que estoy por pasarme a la siguiente, pero en el fondo sé que tengo que aprovechar al máximo el libro de mi
vida, pues si nadie sabe cuántas páginas me quedan por llenar como que es
tontería desperdiciarlas.
Así
que no me queda más remedio que seguir aquí, sin márgenes, sin auto correctores,
en búsqueda de nuevos tachones, con la esperanza de que ninguno se repita.
Aunque
ahora que me fijo, esta página nueva es distinta, yo que siempre he sido de las
de madurar pronto e ir dejándome anotaciones en letra pequeña con sueños que
perseguir, con aspiraciones y metas que alcanzar. Cuál ha sido mi sorpresa al
no encontrarme ninguna nota a pie de página ahora, ni ninguna cabecera utópica
y extravagante.
Y
así estoy ahora, boli en mano, sin atreverme a apoyarlo, sin guías para
moverme, sola con esos rayones que se limitan a conectar páginas, como si
necesitara que alguien o algo me ayudara a escribirlas, como si el simple hecho
de apoyarme en el papel pudiera desgarrar las últimas páginas que escribí, como
si parte de mi buscara precisamente eso. Pero de momento, no puedo, no me atrevo a escribir,
y eso es frustrante.