Y
me vi a mí misma como un conejo asustadizo cuyo único cobijo eran unos
matorrales secos. Atenta al ruido más ínfimo pero consciente de que si algo
habría de pasar, pasaría. Y así, con este pensamiento decidí esconderme en este
gran bosque, en esta gran jungla que hemos decidido llamar ciudad.
Las
luces son fascinantes. Están por todas partes, brillando fieles, incondicionales,
regulando un tráfico salvaje en medio de una orgía de ruidos. Sonidos de
neumáticos que al pasar dejan recuerdos de un lejano mar azur. Gente en el
interior de los vehículos o máquinas tal
vez, meros autómatas que viven sus días sin pena ni gloria, sin instintos ni
pasiones, sin ganas, sin miedo, sin inteligencia. Todo eso conlleva demasiado
trabajo.
¿Habrá
acaso un zahír, una piedra angular, un lugar al que volver?
¿Melodías y no ruido, civilización y no miseria? ¿Dejaremos de lado esta ciudad
fantasma? ¿Nos convertiremos en fantasmas algún día? ¿Algún otro día dejaremos
de serlo? Abandonaremos nuestro cuerpo y nadie conocerá lo que hemos visto,
vivido, recordado ni pensado; los motivos por los que hemos reído, las personas
por quienes hemos llorado. Sólo seremos un cuerpo más, unas cenizas más que
devolver al mundo. Polvo al polvo como se suele decir. No distamos demasiado de
los animales, en muchas cosas somos peores que ellos. Hemos perdido el instinto
de supervivencia. Vivimos en un día eterno sin pensar que el ocaso nos llegará
en algún momento. Mas debemos de pensar en el ocaso, hemos de aceptar el ocaso.
"No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio porque todo ha de pasar por tal manera." |
Jorge Manrique. Coplas por la muerte de su padre. | |||||
No hay comentarios:
Publicar un comentario